martes, 8 de diciembre de 2009

Last Summer

¿Cómo dos grupos de amigos podían tener la misma mentalidad como para salir de picnic el mismo día al mismo lugar? No tenía idea. Pero de lo que sí estaba seguro, era que Hayley, allí sentada en la ronda, a cada minuto que pasaba se retorcía más de los celos. Seguramente ya había descubierto quién era mi nueva pareja, pero no parecía incomodarle en lo absoluto. La conocía bien y esos gestos y risas exageradas sólo eran para llamar nuestra atención. No había cambiado nada desde la última vez que la había visto, seis meses atrás, para pedirle que sigamos nuestros caminos… separados.

—Hayley —comencé mientras sostenía la mano de mi novia, nervioso—, ¿vamos a caminar hasta el lago?

No se percató de que le había hablado hasta que uno de sus amigos le llamó la atención. Esos chicos jamás me habían caído bien y esta pequeña e improvisada reunión no era la excepción. Siempre sentí que pretendían algo más que una amistad con ella cuando estábamos juntos y yo era en extremo celoso.

—Claro —respondió muy tranquila, aunque sabía que, como ella decía, las mariposas revoloteaban sin piedad en su estómago.

—Ahora vuelvo —le susurré a mi chica, quien asintió con una sonrisa para luego dejarme depositar un beso en sus labios.

—Así que… ¿ella? —preguntó Hayley mientras caminábamos.

—Sí, es ella —respondí bajando la vista hacia el verde césped que nos guiaba hasta el lago.

—Creo que debo felicitarte, pudiste rehacer todo en tan poco tiempo —se burló. Sabía que había sido una mala idea traerla a caminar conmigo, era tan obvio que me haría sentir mal por alguna razón. Pero quería un rato a solas con ella, lo necesitaba.

—Gracias —respondí—. No te pongas así, tú también tuviste tus pequeñas aventuras en este tiempo.

Recordaba como si hubiese pasado hace cinco minutos cuando una de sus amigas me contó por accidente lo de su nueva cita. El mundo se vino abajo aquel día. Igualmente, yo estaba con Rachel, así que debía demostrar que todo estaba guardado en una pequeña caja con llave. ¿Pero uno no puede guardar sentimientos tan fuertes, no?

—Sí, tienes razón —dijo mientras saltaba la enorme raíz de un árbol—. Pero ninguna de ellas llegó al noviazgo. Te mereces un premio, en serio.

No dejé que aquellas palabras pasaran más allá de mi cerebro para poder procesarlas. No las dejaría continuar hasta mi corazón y dejar que se clavaran en él como cientos de puñales.

—Creo que ambos estamos bien así —le dije sin más vueltas—. ¿No lo crees?

—Yo creo que jamás balanceaste algo antes de terminar conmigo —me dijo soltando una risa nerviosa—. Hace mucho que no venía aquí… sigue tan hermoso.

Habíamos llegado a donde yo había previsto. El lago, el atardecer perfecto. Ambos me recordaban a ese día tan especial que no olvidaría jamás.

—La última vez fue el diecinueve de julio —dije nervioso mientras me rascaba la nuca.

—Del año pasado, Gabe —terminó ella, aún observando el lago y el sol que se ponía—. Todo ha cambiado tanto desde entonces.

—Nosotros hemos cambiado, querrás decir —le corregí—. El mundo sigue igual.

—No, el mío no sigue igual —dijo luego de una pequeña risa. Sus facciones entristecieron de repente y me sentí muy culpable. ¿Qué era lo que había hecho? No soportaba verla así.

—Hay, lo siento… —comencé, pero un tono de voz que jamás había oído salir de su hermosa boca me interrumpió.

—No me digas que lo sientes, jamás te arrepentiste, jamás preguntaste cómo me sentía yo —una lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas, haciéndome sentir el hombre más idiota y desdichado en todo el planeta—. No te diste cuenta qué era lo que valía más, Gabe. Todos lo hicieron menos tú.

— ¿De qué me estás hablando? —pregunté desconcertado.

—Está bien, te lo preguntaré ahora y me responderás la pura verdad —me dijo secándose las lágrimas con el puño de su buzo—. Dime Gabriel, cuando me dejaste ¿valía más tu amor por mí o tu atracción física por ella?

El mundo se detuvo en mi cabeza. Todo se volvió en mi contra y puedo asegurar que fue aquel el momento en el cual toqué fondo por primera vez en mi vida. Las lágrimas no salieron porque ya no quedaban en mí. Nadie sabía cuánto yo había llorado por perderla y no poder hacer nada. No era mi culpa, tampoco era suya. La culpa la tenía la vida o tal vez el destino por habernos cruzado siendo ella tan joven y yo rasgando la madurez.

Sabía que ella lo veía ilógico y hasta estúpido, pero no dijo nada y aceptó mi decisión de terminar con lo que más feliz me había hecho en mi vida. Ella recién había cumplido los quince años, yo tenía diecisiete. Por más que no lo parezca, dos años son dos mundos diferentes a esta altura de nuestras vidas.

Mis labios se abrieron sólo un poco, pero ninguna palabra pudo salir de ellos. Ella tenía razón, siempre la tuvo.

— ¿Lo ves? —pronunció con firmeza, dándole la espalda a las lágrimas y toda la tristeza que sentía por mi culpa—. No puedo creer que después de tanto tiempo siga pensando en ti antes de dormir, cada vez que escucho una canción, la que sea. Todos los días apareces en mi mente, y cuando duermo, en mis sueños. Pero sé que te voy a olvidar. Sé que lo estoy haciendo porque ya no recuerdo tu rostro o tus gestos. Ya no repito ninguna de esas palabras que te caracterizan y también obligué a mis amigos a que las reemplazaran. No quiero volver a verte, jamás.

—Hayley, yo… en verdad lo siento —logré dejar salir con dificultad. Ella sólo soltó una risa de incredulidad y volvió su vista al lago. Seguía tan hermoso como la última vez que lo había visto, hacía ya un año. Sin exagerar, éste era un perfecto reflejo de Hayley, por ser así de perfecto y bonito, por esos calificativos y muchísimos otros más sin lugar a dudas—. No sabes cómo me gustaría volver el tiempo atrás.

—Aún no existe un método para que puedas hacerlo —continuaba sin mirarme, lo cual me hacía sentir aún más pequeño ante ella—. Y si existiera, no te dejaría usarlo. Debes aprender de estos errores, Gabe.

—Yo… tú no entiendes —le dije inconscientemente.

— ¿Qué es lo que no entiendo? —su cuerpo se giró hacia mí y pude apreciar su belleza nuevamente. Había crecido tanto en tan poco tiempo.

—Rachel, ella… —no podía estar diciendo esto. Nadie más que yo lo sabía y temí derrumbarme por completo si mi novia se enteraba. Pero ya la había perdido a Hayley, definitivamente. Por y para siempre. Podría pasarme cualquier cosa que no me importaría.

—Ella… ¿qué? —me preguntó impaciente.

—Ella sólo me esta ayudando a olvidarte, Hay —admití con vergüenza—. Jamás dejé de amarte, ni por un segundo. Fui un idiota.

—Tranquilo —me dijo suavemente, acercándose unos pasos hacia mí—. Aún no dejas de serlo.

—Hay, espera —dije tomándola de una de sus muñecas en cuanto vi que se dirigía nuevamente a los árboles para volver.

— ¿Qué quieres, Gabriel? —me preguntó, cansada de mí. Lo noté, ya estaba harta de mí. Era una pérdida de tiempo con sus amigos, sus rasgos faciales me reflejaban que estaba harta de mis estupideces y de mí. Ya tenía decidido su camino, pero yo aún no me rendía.

— ¿Qué hice mal? Por favor cuéntame y te dejaré en paz —le supliqué. Si hace un tiempo atrás no le había preguntado cómo se sentía, ahora lo estaba haciendo. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde para obtener una respuesta, una última respuesta.

— ¿Y encima me lo preguntas? —dijo con firmeza. Jamás la había visto tan segura de algo en mi vida—. Deberías saber cuál fue el camino que escogiste cuando me dejaste, Gabriel.

—No, no lo sé —ahora yo también debía ser fuerte y obligarla a darme sus explicaciones. No me iría de aquel lugar y ella tampoco sin saber su punto de vista sobre nosotros—. Explícamelo.

— ¡Escogiste el camino fácil! —me gritó—. ¡En vez de afrontar todo lo que nos separaba y quedarte conmigo escogiste el camino fácil y te marchaste con alguien de tu edad! ¿Tan difícil te resultó esperarme? ¿Esperar a que yo madurara lo suficiente como para estar parejos y poder compartir todo lo que hasta ese entonces no podíamos? ¡Me destrozaste el alma, Gabe! No dormía, no comía, lloraba las veinticuatro horas y tú te empeñabas en llamarme y decirme que querías verme. ¿Para qué? ¿Para burlarte de mi sufrimiento en mi cara? —ella misma notó que se había alterado y que comenzaba a sentirse mal físicamente. Se detuvo unos segundos y respiró hondo. Se había congelado el ambiente y no sólo porque estaba anocheciendo y una suave brisa nos golpeaba a ambos. Sólo me mantenía cálido por dentro el tacto que aún compartía con Hayley sosteniendo su muñeca, no dejándola ir. Metafóricamente, eso es lo que había hecho ese tiempo y ella me lo estaba haciendo notar. La había retenido, la había alejado de todo, sólo por tenerla cerca un tiempo más. ¡No pude haber sido tan egoísta!—. Creí que eras valiente, pero veo que me equivoqué contigo.

—Créeme que si no fuera valiente, en este preciso instante no haría esto —dije, e impulsivamente mis manos se juntaron con las suyas, entrelazando los dedos como hace tanto tiempo que no lo hacían, y mis labios fijaron un solo objetivo: los suyos. Todo el mundo se detuvo en ese instante, ese perfecto instante que me hubiese gustado que durara una eternidad—. Te amo, Hayley. Jamás dejé de hacerlo —confesé cegado de esperanza una vez que me separé unos pocos milímetros de su rostro.

—Es una lástima que yo sí dejé de quererte, Gabe —me dijo en un susurro, mirándome con decisión y esa firmeza que tanto la caracterizaba ahora—. Y no lo siento.

Unas lágrimas rebeldes volvieron a brotar de sus ojos y sentí el ruido que hizo mi corazón al romperse en millones de minúsculas piezas. Irreparable, sin sentido, destrozado. Al igual que el suyo cuando la dejé ir.

Soltó mis manos y se acercó al lago. Me quedé inmóvil observándola mientras se sentaba sobre las piedras que conformaban la orilla y levantaba su cabeza para contemplar la variedad de colores que ofrecía el cielo, mitad de tarde y mitad de noche.

No tenía razones para permanecer allí y seguramente Rachel estaría esperándome al otro lado de los árboles. ¿Rachel? Ella definitivamente era lo que menos importaba ahora. Todo se había terminado, para siempre. No había retorno.

Me adentré en ese pequeño espacio de bosque que nos separaba de nuestros amigos y caminé en línea recta hasta encontrarlos armando una pequeña fogata. Yo sólo me senté junto a mi novia y tomé su mano, por costumbre. Se sentía tan fría, tan vacía de sentimientos.

Ese amigo de Hayley que tanto me molestaba me miró con rabia, pero no le di importancia. Acto seguido se adentró él en la pequeña porción de bosque para ir a buscarla y decidí internamente que sería lo mejor que la acompañaran sus mejores amigos en un momento así.

Ya todo había terminado. La vida continuaba por más que yo quisiera regresar el tiempo un año atrás y comenzar todo otra vez.

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